miércoles, 2 de noviembre de 2011

Día 1



Era de noche, yo miraba entre los tablones que cubrían mi ventana con un pequeño y antiguo telescopio que guardaba en el trastero de casa. Observaba a las oleadas de gente empujarse frente a un escaparate roto, debía de quedar algo de comida en el interior del establecimiento. Alguien disparó al aire y la oleada se disipó entre gritos, codazos y pisotones. Solo unos pocos permanecieron en el lugar, la mayoría eran ancianos, mujeres y niños tirados en el suelo, magullados, inconscientes o puede que muertos al haber sido arrollados por la oleada de gente que había huido despavorida tras el ruido del ensordecedor disparo.


-Sin duda las oleadas es lo peor.-Dije en alto mientras acariciaba la cabeza de Pokito-.No hay nada que mate a más gente que las oleadas, por eso siempre voy sola.-Terminé de argumentar y me dispuse a seguir observando lo que sucedía por el telescopio.

El resto de las personas que no habían huido y que por supuesto no yacían tiradas en el suelo habían arremetido contra el anónimo armado. El forcejeo era terrible, intentaban arrebatarle el arma sin piedad, no había nada tan atractivo como aquella fuente de poder e intimidación. El hombre disparó y alguien cayó al suelo. Ajusté la lente de mi telescopio y observe en su pecho una herida de bala, el hombre estaba muerto y su sangre cubría el suelo. Volví a tocar una ruedecilla del telescopio y pude continuar viendo el forcejeo. El más alto tenía en su poder un afilado cuchillo, el cual colocó en la vibrante garganta del hombre armado y con un rápido giro de muñeca le arrebató su vida.

-Ah! –Grité apartándome de la lente mientras me tapaba la boca con la mano derecha-.Creo que por hoy he visto suficiente.-Y abracé a Pokito lo más fuerte que pude.

Me disponía a cenar una décima parte de una lata de atún cuando un enorme estruendo llamó mi atención. Giré la cabeza hacía la tapada ventana y percibí una intensa luz. Arranqué uno de los tablones para ver mejor de que se trataba y una luz cegadora me hizo retroceder y cubrirme los ojos con el brazo. El suelo empezó a temblar, parecía un terremoto, quizás un dios misericordioso al ver en lo que nos habíamos convertido los hombres iba a terminar con todo. Cogí a Pokito y me resguarde con él debajo de una mesa. Le miré sus grandes ojos marrones en busca de respuesta, pero solo encontré un lametón y cerré los ojos a la espera del fin del mundo.

El temblor paró y la luz era menos intensa así que me atreví a salir de mi escondite y mirar por la ventana.

-Pero…  ¿qué es esto? -Enfoqué con el telescopio y observé una bola de luz que se desplazaba a gran velocidad hacia el cielo.

Permanecí unos instantes inmóvil, pensando en aquello y lo único que se me ocurría era que aquella bola luminosa era una nave.

-¿una nave? -Pregunté en voz alta-. ¿Quedan naves? ¿Hay alguien que se escapa de este terrible mundo en una nave? ¿Y a donde se escapa?-Me rasqué la cabeza y con toda la celeridad que pude rebusque en la mochila donde guardaba el viejo telescopio. Saque una lente más potente y con mucho cuidado de no mover ni un milimetro la posición del telescopio la coloqué.

-¡mierda! Un edificio me tapa.-Grité exacerbada. Me tranquilicé y enfoque hacia otra zona que no me tapaba el edificio-.Creo que desde aquel descampado podré ver algo, Pokito.-Pokito al escuchar su nombre me miró girando su cabeza como si me hubiera entendido.

Me encontraba ante un gran dilema, salir para intentar averiguar que era aquello y quizás morir ante una de las oleadas que inundaban las calles o quedarme y vivir pero quizás perderme lo único interesante e importante que quedaba en este nuevo mundo de caos y desolación.

-Me quedo, creo que me quedo.-Pensé en alto-.Pero… ¿y si no todo el mundo está acabado y una parte del gobierno o de científicos siguen funcionando e incluso han encontrado algo para escapar de aquí? -Sonaba tan ridículo, quedaba alguien con suficiente poder para poner en marcha una nave o cohete y lo único que se le ocurría para salvarse de esta crisis global era escaparse al espacio-. ¡Puf! Nos quedamos Pokito.

De fondo se oía un piano, alguno de los pocos vecinos que quedaban en mi edificio se sentía inspirado después del cataclismo y tocaba una triste cancioncilla que me hizo sentir vacía. Algo dentro de mí me dijo que no quería quedarme en aquella casa esperando mi muerte y que si había alguna esperanza en aquella luz debía arriesgarme. Decidida me puse el abrigo, preparé una mochila y afirme en alto:

-Nos vamos Pokito.  

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