miércoles, 23 de noviembre de 2011

Día 4




Pasamos la noche en un bosque a las afueras de la ciudad. Montamos la tienda en la zona más poblada, semioculta entre hojas y matorrales. Hicimos guardias de dos en dos, vigilando en todo momento el perímetro, no queríamos más sorpresas inesperadas como la del centro comercial. Usamos como luz el juego de hacer experimentos, que por suerte llevaba una pequeña bombilla, solo para determinados momentos para no ser descubiertos. Apenas descansamos, estuvimos muy inquietos, era la primera vez que nos encontrábamos sin la seguridad de un refugio con puerta y cuatro paredes, así que todos agradecimos los primeros rayos de luz del amanecer.

Tras recoger el campamento, retomamos nuestro camino. Al principio fuimos caminando por el bosque ocultos entre la maleza, pero pronto el bosque terminó y tomamos la carretera.

-No me gusta nada ir a plena luz del día por la autopista, sin poder ocultarnos. Las oleadas aparecen cuando menos te lo esperas.-Dije muy nerviosa.

-Es el único camino que hay si queremos encontrar el punto de despegue.-Respondió Samuel.

-Lo sé, pero sigue sin gustarme.

Caminamos durante horas, siguiendo la línea continua del asfalto. Los fragmentos de grava sueltos se nos incrustaban en las botas, haciendo muy molesto el trayecto. Al tomar una curva muy cerrada divisamos una fila de coches abandonados. El atasco era de varios  kilómetros, seguramente la gente trató de huir del caos y los saqueos de su ciudad, en busca de un lugar mejor. No lo encontraron.

Al llegar a la hilera de coches reducimos nuestro paso, sigilosos inspeccionamos el camino. Las puertas de los automóviles estaban abiertas y algunas incluso arrancadas. En el interior solo había desorden y podredumbre. No parecía haber nadie, estábamos solos.

-Creo que deberíamos registrar los coches, quizás encontremos cosas útiles.-Dijo Samuel.

-Pero iremos de dos en dos, será más seguro.-Respondí mientras miraba a los ojos a mis tres compañeros.

-Yo iré con mi hermano, Dany tu acompaña a María.-Indicó Samuel, mientras Dany asentía con la cabeza. 

Dany y yo, empezamos a explorar la fila de coches de la derecha. Comenzamos por un coche rojo de la marca Volkswagen. Abrimos el maletero, en su interior solo encontramos una rueda de repuesto y un triángulo para los accidentes o averías.

-Nada útil.-Dije mientras me dirigía hacia la parte delantera del vehículo.

Entré en el habitáculo del copiloto. Una peste a orín me hizo taparme la cara.

-¡Puajj!  Alguien ha usado este asiento como baño.

Presioné, con mucho cuidado de no tocar nada más de lo necesario, el botón de apertura de la guantera. Pero no había nada interesante.

De pronto el coche se balanceó, sonó un ruido fuerte y yo me lancé a la carretera aterrorizada, tapándome la cabeza con los dos brazos. Una risa me hizo levantar la mirada. Era Dany.

-Solo he cerrado el maletero.-Dijo entre carcajadas.

-¿Y para que cierras el maletero?, ¿crees que al dueño le va a importar que lo dejes abierto o quizás es para que no le roben el triángulo?-Pregunté molesta.

-No sé, fue un acto reflejo.-Respondió Dany ya sin risas.

-Pues no tengas más actos reflejos, el ruido puede atraer a alguien.

Nos dirigimos al siguiente coche. Esta vez tuvimos suerte, la peste era de comida en mal estado, lastima no haber llegado tres meses antes. En el maletero tampoco había nada, salvo otro inservible triangulo, así que avanzamos al de delante. Era un Ford blanco bastante viejo. Las puertas estaban cerradas menos la del conductor. Nos acercamos juntos a echar una ojeada al interior y algo nos dejó petrificados. En el asiento trasero había una silla de bebe y en ella aún se encontraba su dueño. El cadáver del niño estaba muy descompuesto y totalmente comido por los bichos. Alguien salió corriendo y se dejó a su bebe dentro, condenándolo a una muerte lenta y segura. Las personas hacíamos cualquier cosa por sobrevivir, incluso abandonar a nuestros seres queridos.

Tomamos la decisión de no inspeccionar aquel Ford, a pesar de que pudiera contener comida o algo útil para nuestro viaje, el cadáver nos había impresionado demasiado. Continuamos explorando los demás automóviles sin casi decirnos nada, ignorando nuestro macabro hallazgo.

Cuando ya estábamos hartos de guanteras, ruedas de repuesto y gatos, un ruido de pasos nos alertó. Al mirar al frente nos dimos cuenta que una oleada de gente corría despavorida hacia nosotros. Intentamos huir pero ya era tarde.

No sé qué hicieron mis compañeros, con los nervios de ser arrollados por la oleada cada uno corrió en una dirección. El corazón me palpitaba fuerte en el pecho, la boca se me secaba, las piernas me temblaban y aun así la adrenalina o puede que mi impulso por sobrevivir me hacía correr sin parar. Giré la cabeza hacia atrás, ya casi les tenía encima. Correr no me servía de nada así que me quité la mochila de mi espalda y me oculté bajo uno de los coches de la autopista, agarrando con fuerza con una mano el macuto y con la otra a mi perro para que no se moviera. La oleada pasó furiosa entre los coches, podía ver sus deteriorados y sucios zapatos amontonarse justo a mi lado. Escuchaba ruidos bruscos de puertas abriéndose y cerrándose, afortunadamente estaban buscando comida de los vehículos y no a mí.

Algo inesperado sucedió, unos chillidos frenéticos llamaron mi atención, alguien había encontrado comida en buen estado. La gente se amontonaba tratando de adquirir un poco de alimento. Al principio todo parecía civilizado pero al terminarse las raciones, la gente comenzó a ponerse nerviosa y los nervios dieron paso a la indignación, a la ira, a la cólera y como no a la violencia. Los que no habían logrado obtener nada que llevarse a la boca intentaban arrebatar a los otros su porción, propinando todo tipo de tirones y golpes. Un hombre cayó sangrando justo a mi lado. Le miré con ojos asustados y él a mí. Era cuestión de tiempo que al ver mi gordo macuto marrón lleno de cosas, delatara mi posición a los demás. No quería herir a nadie pero cuando tu propia vida está en juego hay que defenderse.

El hombre se acercó hacia mí, introduciendo su cabeza debajo del coche que me servía de refugio para observarme con más detenimiento. Miré a mi izquierda, junto a mi yacía una larga y oxidada herramienta, la cogí y propiné con fuerza un golpe en su cabeza. El hombre se desplomó inconsciente en el suelo. Creo que lo maté, aunque no puedo estar segura, no me quede para comprobarlo.

Gateé entre los coches sin ser vista por la enfurecida oleada de gente y permanecí inmóvil, oculta entre la basura. Pronto el tumulto se disipó, la paz, el silencio y la soledad reinaron de nuevo en la carretera.

-¿Estáis todos bien?-Pregunté cuanto todo hubo pasado.

-Yo sí y Jacob también pero Samuel no lo está tanto, tiene un corte un poco feo. La oleada alcanzó a Samuel  y a su hermano, Samuel pudo evitar que Jacob saliera herido pero él no tuvo tanta suerte.-Respondió Dany mientras señalaba el brazo derecho de Samuel.

-Déjame ver.

Levanté la ensangrentada camiseta de Samuel y observé el profundo corte de su brazo. Fea no era la palabra. La carne le colgaba asquerosamente y se le podía ver el hueso.

-Tenemos que coserle ese corte. Tengo un kit de costura de viaje, podemos usarlo. ¿Alguien tiene algo para desinfectarle?

Fue entonces cuando nos dimos cuenta que ninguno tenía un botiquín de primeros auxilios, ni siquiera una simple tirita. Y por supuesto entre nuestros suministros no había ninguna botellita de whisky u otra sustancia alcohólica, de la que siempre disponían en toda serie o película del fin del mundo, ya sea para desinfectar o para aliviar el dolor al herido. Os voy a confesar un secreto, cuando sabes que el fin del mundo ha llegado, lo primero que terminas son las bebidas alcohólicas.

-Bueno, entonces lavarle con agua y jabón la herida y coserle.

-¿Qué le cosamos? ¿No sabemos coser y menos un trozo de carne?

-¡Yo tampoco sé coser!-Exclame indignada, daban por supuesto que yo si, por ser mujer-. Solo he cosido algún botón y he zurcido algún roto, nada más.

-Ya es más que nosotros, ¿no crees? –Dijo Jacob preocupado por su hermano.

-Está bien, lo haré.

Saque de mi mochila el kit de costura, la pastilla de jabón y una botella de agua. Le lavé la herida, la cual no paraba de sangrar. Sequé un poco la sangre con una camiseta que Jacob me había dado y enhebré la aguja con hilo negro.

Aún recuerdo lo fácil que parecía coser una herida en la televisión, uno introducía la aguja en la piel como si de un trozo de tela se tratara y mientras el enfermo está totalmente quietecito. ¡Ja! ¡ja y ja!. Nadie te explica hasta donde hay que introducir la aguja, ni lo fuerte que hay que dar los puntos o si es mejor el zigzag o coserlo en línea recta.

Sujeté con la mano izquierda el trozo de carne que colgaba, mientras con la otra trataba de dar los puntos. Introduje en la piel la aguja despacito para no cometer ningún error y Samuel muerto de dolor, retiró el brazo chillando, produciéndose un estropicio mayor. Me quedé en la mano con un trozo de piel. Al verme entre los dedos el preciado regalo que Samuel me había hecho, vomité.

Cuando me recuperé de mi malestar, volví a intentar dar los puntos. Esta vez Jacob y Dany le inmovilizaron mientras yo zurcía la herida lo más rápido posible. No queríamos que se repitiera aquella desagradable y dolorosa situación.

Al llegar la noche, no tuvimos más remedio que dormir a la intemperie, en un surco de la carretera. La tienda habría llamado la atención. Dany, Jacob y yo hicimos guardia toda la noche, mientras Samuel deliraba por la fiebre. Su herida estaba infectada y no duraría mucho en ese estado.

-Necesita antibióticos o morirá.-Dije muy seria a mis dos compañeros. 

-Estamos cerca de la próxima ciudad, mañana iré y traeré medicamentos.-Respondió Jacob.

-No puedes ir tú solo.-Exclamé preocupada-. Iré contigo.

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